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La educación y la cultura durate el régimen peronista: La Universidad

La Universidad

En 1947 dijo el dictador: “No deseamos una cultura oficial ni dirigida; no deseamos un molde al que se sujeten los universitarios; no queremos hombres adocenados y obsecuentes a una voz de mando. Queremos una universidad señera y señora; una universidad libre de tutelajes e interferencias.”
Cuando tales propósitos enunciaba, la universidad de Buenos Aires había perdido 1.253 profesores, expulsados por la naciente dictadura peronista. Había entre ellos algunos hombres de prestigio mundial, eminentes investigadores y hombres de ciencia, tratadistas de obra copiosa, catedráticos respetadísimos.
Algunos habían firmado el manifiesto de 1943 en el que se requería “democracia efectiva y solidaridad americana”, tan duramente sancionado por el gobierno del general Ramírez; otros se habían manifestado en contra de los procedimientos dictatoriales del gobierno y todos se habían solidarizado con los rectores que éste había encarcelado.
No era la universidad, como luego se quiso hacer creer, una institución a la que sólo podían ingresar unos pocos privilegiados de la “oligarquía”, ni había permanecido ajena a las inquietudes sociales y políticas del país. Millares de jóvenes modestos, pertenecientes a varias generaciones, habían cursado en ella los estudios superiores, y ya graduados en profesiones diversas, conservaban de sus maestros y claustros perdurables recuerdos.
La autonomía de que la universidad gozaba, jamás había sido menoscabada por ningún gobierno. Aun en los momentos de duras contiendas ideológicas y partidarias, el pueblo y los sucesivos gobiernos la habían respetado. Sabían que sus aulas, laboratorios, bibliotecas y museos se elevaba la cultura argentina, ideal supremo de nuestros más eminentes hombres públicos, compartido por el pueblo sin distinción de grupos o actividades.
La reforma de 1918 la había remozado, y los ideales que entonces movieron a quienes despertaron su espíritu para comprender los nuevos problemas sociales, perduraban treinta años después en los jóvenes recién llegados a sus casas de estudio.
La dictadura peronista la quería mansa y sometida, ni más ni menos que el resto del país. La intervino, cambió su estatuto, la privó de su autonomía, modificó sus cuadros docentes, redujo su nivel intelectual. La “peronizó”.
Comenzaron entonces los homenajes al dictador y “la Señora”, las encuestas definitorias sobre el mayor o menor fervor “justicialista” de los profesores, el espionaje y la delación. De esa época son también los cursos de formación política, las forzadas adhesiones a la reelección presidencial y la afiliación obligatoria al partido oficialista.
Ni “señera” ni “señora” era la universidad. El dictador Juan Domingo Perón había hecho de ella exactamente lo contrario de los propósitos enunciados en 1947.

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