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La educación y la cultura durate el régimen peronista: Las Academias Nacionales - Las Instituciones de Cultura

Las academias nacionales

No escaparon las academias nacionales al espíritu destructor de la dictadura peronista.
En una de ellas se estudiaba con pasión fervorosa cómo se hizo nuestro pueblo en su admirable gesta por la independencia, la libertad y la democracia, o sea lo que el dictador Juan Domingo Perón quería hacer olvidar. En otra se analizaba el derecho, vale decir, las normas que regulan la vida pública y privada de los pueblos, tanto más seguras cuanto más libres de arbitrariedad prepotente. En las demás se cultivaban las ciencias médicas, las económicas, las manifestaciones del arte y otras expresiones de alta cultura. En la Academia Nacional de Letras, como en sus congéneres de España e Hispanoamérica, se estudiaba el hermoso idioma común y se juzgaba a las grandes figuras que en él han escrito.
Los intereses de la calle no variaban el giro de sus deliberaciones. La ciencia o el arte unían a todos los académicos en una común aspiración espiritual. Buscaban la verdad, la justicia y la belleza. La política militante les era ajena.
El dictador Juan Domingo Perón no podía admitirlo. A quienes no estaban con él los consideraba enemigos, y como a tales los destruía.
La Academia de Letras le dio el motivo. Uno de los más nefastos ministros de la dictadura, Armando Méndez San Martín, la puso a prueba.
Pidió que solicitara y prohijara la aceptación de la palabra “justicialismo” por la Academia Española. Estudiada la proposición, la academia la rechazó con buenas razones lingüísticas.
Poco después de interesó el ministro Méndez San Marín en que la Academia de Letras presentara a la Academia Sueca la candidatura de Eva Perón para optar al premio Nobel de literatura por la publicación del libro “La razón de mi vida”. Aquella se excusó de hacerlo por haberse adherido ya, juntamente con las academias de la Historia y de Bellas Artes, a la candidatura del ilustre escritor español don Ramón Menéndez Pidal.
Fue lo suficiente. Al poco tiempo, un decreto dispuso la cesantía de todos los académicos mayores de sesenta años. Muy pocos tenían menos; renunciaron en seguida.
Aunque en un comienzo se pensó en reorganizar las academias para lucimiento de algunos fieles de la dictadura peronista, no se llegó a tanto. Inactivas quedaron esas corporaciones hasta que el gobierno de la Revolución Libertadora les dio nueva vida.


Las instituciones de cultura

Parecida suerte corrieron las instituciones de cultura. Donde se pensara, se reuniera y se hablara, la dictadura peronista veía enemigos potenciales. Preciso era anularlas.
Servía para el caso el “estado de guerra interno” en que el país vivía por decisión del gobierno de Perón.
Cesaron las conferencias públicas en casi todas ellas, y si por azar se permitía alguna, la policía vigilaba el acto y recogía la palabra de los oradores.
El centenario de Echeverría no pudo ser festejado. Tampoco el del pronunciamiento de Urquiza contra Rozas y el de la Constitución del 53. Esas “cosas” de la vieja Argentina eran peligrosas para quien la negaba.
El país no se resignó al silencio. En cuanto pudo habló y obró.

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