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Introducción: Preparación de la dictadura

En 1943 la segunda guerra mundial estaba aún por definirse. Si bien el creciente poderío de las naciones en lucha con los Estados totalitarios hacía presumir que de ellas se decidiría la contienda, los partidarios de Alemania confiaban en la inexpugnabilidad de la Europa dominada por sus ejércitos, y a la postre en el triunfo sobre sus enemigos, con la consiguiente implantación de su doctrina imperial.

Los agentes nazis habían actuado decididamente en nuestro país, no sólo en tareas de espionaje sino también de propaganda. Se infiltraron en los medios gubernativos; hallaron propicio ambiente en los militares y consiguieron la adhesión de algunos políticos, intelectuales y eclesiásticos.

Algún día se escribirá la historia pormenorizada de esas vísperas de la dictadura. Por ahora sólo nos corresponde referirnos al GOU, logia secreta de oficiales del ejército (1) formada con el propósito de “unir espiritual y materialmente a los jefes y oficiales del ejército, por entender que en esa unión reside la verdadera cohesión de los cuadros y que de ella nace la unidad de acción, base de todo esfuerzo colectivo nacional”. “Un todo animado de una sola doctrina y con la sola voluntad –agrega el plan pertinente- es la consigna de la hora, porque la defensa del ejército, contra todos sus enemigos internos y externos, no es posible si no de antepone a las conversaciones personales de grupos al interés de la institución y si todos no sentimos de la misma manera el santo orgullo de ser sus servidores”.

Los promotores de esa logia querían evitar a todo trance cualquiera de estas dos posibilidades: que nuestro país fuera arrastrado a la guerra mundial por exigencia imperiosa de Estados Unidos, o que estallara el él una revolución comunista “tipo frente popular” Analizada por ellos la situación política interna, advertían que el cambio de gobierno a operarse en 1944 podía alterar la posición neutralista adoptada hasta entonces, sostenida con singular firmeza por el presidente Castillo, pero que su señalado sucesor, el doctor Patrón Costas, no parecía inclinado a mantener. Ante lo que consideraba un peligro para la neutralidad argentina, el “Grupo de Oficiales Unidos” o “Grupo de Obra de Unificación” –que ambas denominaciones puede significar la sigla GOU- dispósose a actuar, decidido a infundir en los militares “un solo ideal”, “una doctrina única” y la “mayor unidad de acción”.

En eso se estaba cuando comenzó a circular en los cuarteles una proclama reveladora de las estrafalarias ideas incrustadas en algunas mentes por el adoctrinamiento nazi. Aunque se ha publicado repetidas veces, creemos necesario transcribirla aquí para conocimiento de quienes pueden ignorarla todavía. Dice así:

“Camaradas: La guerra ha demostrado palmariamente que las naciones ya no pueden defenderse por sí solas. De ahí el juego inseguro de las alianzas, que mitigan pero no corrigen el grave mal. La era de la “Nación” va siendo sustituida por la era del “Continente”. Ayer los feudos se unieron para formar la “Nación” y hoy las naciones se unen para formar el Continente. Esa es la finalidad de esta guerra.

Alemania realiza un esfuerzo titánico para unificar el continente europeo. La nación mayor y mejor equipada deberá regir los destinos del continente de nueva formación. En Europa será Alemania. En América, en el Norte, la nación monitora será por un tiempo Estados Unidos. Pero, en el Sur no hay una nación lo suficientemente fuerte para que, sin discusión, se admita su tutoría. Hay sólo dos naciones que podrían tomarla: Argentina (2) y Brasil. Nuestra misión es hacer posible e indiscutible nuestra tutoría.

La tarea es inmensa y llena de sacrificios, pero no se hace patria sin sacrificarlo todo. Los titanes de nuestra independencia sacrificaron bienes y vida. En nuestro tiempo Alemania ha dado a la vida un sentido heroico. Esos serán nuestros ejemplos.

Para realizar el primer paso, que nos llevará a una Argentina grande y poderosa, debemos tomar el poder. Jamás un civil comprenderá la grandeza de nuestro ideal; habrá, pues, que eliminarlos del poder y del gobierno y darles la única misión que les corresponde: trabajo y obediencia.

Conquistando el poder, nuestra misión será ser fuertes, más fuertes que todos los otros países reunidos. Habrá que armarse siempre venciendo dificultades, luchando contra las circunstancias internas y exteriores. La lucha de Hitler en la paz y en la guerra nos servirá de guía.

“Las alianzas serán nuestro primer paso. Tenemos ya al Paraguay; tenemos a Bolivia y a Chile. Con la Argentina, Paraguay, Bolivia y Chile, nos será fácil presionar al Uruguay. Luego las cinco naciones unidas atraerán fácilmente a Brasil, debido a su forma de gobierno y a los grandes núcleos de alemanes. Entregado el Brasil, el continente sudamericano será nuestro. Nuestra tutoría será un hecho, un hecho grandioso, sin precedentes realizado por el genio político y el heroísmo del ejército argentino.

Mirajes, utopismo, se dirá. Sin embargo, dirijamos de nuevo nuestras miradas hacia Alemania. Vencida, se la hace firmar en 1919 el tratado de Versalles, que la debía mantener bajo el yugo aliado en calidad de potencia de segundo orden, lo menos por cincuenta años. En menos de veinte años recorrió un fantástico camino. Antes de 1930 estaba armada como ninguna otra nación, y en plena paz se anexaba Austria y Checoslovaquia. Luego, en la guerra plegó a su voluntad la Europa entera. Pero no fue sin duro sacrificio. Fue necesaria una dictadura férrea para imponer al pueblo los renunciamientos necesarios al formidable programa

Así será en la Argentina.

Nuestro gobierno será una dictadura inflexible, aunque al comienzo hará las concesiones necesarias para afianzarse sólidamente. Al pueblo se le atraerá pero, fatalmente, tendrá que trabajar, privarse y obedecer. Trabajar más, privarse más que cualquier otro pueblo. Solo así se podrá llevar a cabo el programa de armamento indispensable a la conquista del continente. Al ejemplo de Alemania, por la radio, por la prensa controlada, por el cine, por el libro, por la Iglesia y por la educación se incluirá al pueblo ese espíritu favorable para emprender el camino heroico que se le hará recorrer.

Sólo así llegará a renunciar a la vida cómoda que ahora lleva.

Nuestra generación será una generación sacrificada en aras de un ideal más alto: la patria argentina, que más tarde brillará con luz inigualable para mayor bien del continente y de la humanidad entera.

¡Viva la patria! ¡Arriba los corazones!”

¿Quién había escrito esta proclama que, por exigencias de la política internacional, se la declaró apócrifa? No lo sabemos, pero es presumible que intervinieran en su redacción los dirigentes del GOU.

Entretanto, la opinión independiente no se manifestaba. Acostumbrada a los vicios de la “política criolla” presentía que la próxima elección presidencial sería como las otras realizadas antes de la ley Sáenz Peña y aun después de 1930, cuyos fraudes no habían detenido al impresionante desarrollo nacional.

Sorprendió, en tales circunstancias, que se mezclara a las maquinaciones de algunos radicales el nombre del ministro de Guerra, general Pedro Pablo Ramírez, y mucho más que éste apareciera comprometido en la revuelta militar que derrocó al gobierno el 4 de junio. Para que este hecho fuera posible, era necesario que mucho hubiera cambiado en el país. Ese cambio se había realizado en la sombra, y quienes más enterados estaban de él eran algunos agentes nazis. Los ciudadanos más perspicaces sospecharon desde el primer instante que aquel movimiento era de tendencia antidemocrática, aunque la proclama revolucionaria pudiera hacer creer lo contrario. Pocas horas bastaron para dar la certidumbre de que comenzaba para nuestro país un período de inquietantes perspectivas.

El nuevo gobierno, formado después de ásperas disputas del grupo revolucionario en la noche del 5 al 6 de junio. Llevó al Ministerio de Guerra al general Edelmiro J. Farrell, y éste puso al frente de la respectiva secretaría a su amigo el coronel Juan Perón. Los primeros pasos estaban dador; los siguientes debían tender a que el gobierno fuera una “dictadura inflexible”, según decía la proclama referida. Los tres actores estaban ya sobre el tablero: el general Ramírez, ex ministro de Guerra y jefe aparentemente del GOU, en la Presidencia de la Nación; el jefe real de la logia en la secretaría del Ministerio militar y, como titular de éste, quien servía de puente entre ambos.

Demasiado extensas serían estas páginas si relatasen los episodios de los tres años que medían entre el 4 de junio de 1943 e igual fecha de 1946. Durante su transcurso se delineó claramente el perfil de quien se había preparado y tenía condiciones para el ejercicio de la proyectada dictadura. Comenzó por conseguir la “mayor unidad de acción” del ejército, mediante la exigencia a los oficiales en servicio de la presentación de las respectivas solicitudes de retiro. Sobre un total de 3.600 oficiales combatientes sólo 300 se negaron a tal requerimiento (3). Conseguido esto, la dictadura en cierre empeñose en destruir cuanto pudiera oponerse al régimen planteado. Desde luego, los partidos políticos. Para ella, la política era “mala palabra”, y “malos elementos” la mayoría de quienes la habían ejercido. Mientras los partidos no se depurasen no tenían derecho a intervenir en la vida y conducción del Estado, dijo entonces el presidente Ramírez. Poco después disolvió a todos y encarceló a varios de sus dirigentes.

Siguió en seguida la acción contra la prensa, especialmente la de combativa tendencia democrática y antitotalitaria, empresa en la que se había adelantado el gobierno de Castillo. Y a efecto de vigilarla, lo mismo que a la radiodifusión, teatro, cine y demás medios de publicidad, se creó la Subsecretaría de Informaciones y Prensa.

Cuatro meses después de la revolución del 4 de junio, ya no era posible dudar acerca de lo que se preparaba. Ante esa evidencia, un grupo de destacados ciudadanos –profesores, periodistas y hombres de otras actividades- señaló en un manifiesto, hacho público el 15 de octubre, la imprescindible y urgente necesidad de asegurar la unión, la tranquilidad y el futuro de los argentinos, mediante la democracia efectiva y la solidaridad americana. Estos simples y claros propósitos, enunciados en ejercicio de un derecho indiscutible, irritaron al gobierno. Al siguiente día acusó a los firmantes de “falta de lealtad para el país” y dispuso la cesantía de aquellos que servían en la administración pública. A los restantes amenazó con las “consecuencias ulteriores”. Varios de los más eminentes profesores de nuestras universidades y colegios debieron abandonar sus cátedras, a las que no volvieron sino doce años después, luego de caída la dictadura.

La invasión de la Europa continental por las naciones democráticas y el consiguiente desmoronamiento del poder totalitario, hizo variar el programa que sus círculos adictos se habían trazado en nuestro país. Los mismos que lo habían enunciado debieron, ya en las postrimerías de la contienda, declarar la guerra al Eje. Esto los obligó a postergar transitoriamente el cumplimiento de lo que consideraban su misión continental que hiciera posible la primera.

Entretanto, hacíase cada vez más preponderante el influjo del coronel Perón, que en pocos meses había acumulado los cargos de secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra, presidente del Consejo de posguerra y vicepresidente de la Nación, y se delineaba ya como aspirante a la primera magistratura del país. El repudio que por su política sentían los sectores democráticos se expresó en una de las más numerosas y entusiastas manifestaciones públicas realizadas en Buenos Aires, la que se llamó “Marcha de la Constitución y de la libertad” (19 de septiembre de 1945), que congregó a medio millón de personas y desfiló entre el Congreso y la plaza Francia. Ante tan clara definición de la ciudadanía, las fuerzas armadas, que en el mes de agosto anterior habían intentado un alzamiento en Córdoba a las órdenes de los generales Rawson y Martín, decidiéronse en octubre a exigir la renuncia del inquietante coronel. Lograron su propósito el 9 de octubre, pero pocos días después, luego de haber ametrallado la policía a la multitud reunida en la Plaza San Martín, frente al Círculo Militar, grupos informes apresuradamente reunidos en los alrededores de la capital, llegaron a la plaza de Mayo y exigieron el retorno de aquel. Al cabo de pocas horas hablo desde un balcón de la Casa de Gobierno. Desde entonces quedó en manos de Perón la suerte del país. Sólo faltaba dar aspecto legal a su futuro gobierno. La armazón dictatorial ya estaba en pie. Bastaría que lo completara en todos sus aspectos, que redujera al máximo o simplemente destruyera las libertades ciudadanas, que infundiera el miedo, que propagara el odio, para que una nueva tiranía fuera posible. De cómo se la organizó y practicó tratan los capítulos que siguen.

NOTAS
(1) (nota del trascriptor) GOU “Grupo de Oficiales Unidos” o “Grupo de Obra de Unificación”. 
(2) (nota del trascriptor) El autor de la Proclama evidentemente olvida que la Argentina de esos años era la séptima potencia del mundo. 
(3) Declaración de Perón al periodista señor Abel Valdés, del diario “El Mercurio” de Santiago de Chile (ver “La Prensa” del 12 de noviembre de 1943)

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